Cuando el café se produce con sabor dominicano

En República Dominicana no todo es playa de arena blanca, mar Caribe y resorts de lujo; también se cultiva café. Concretamente en la frontera natural con Haití: cuatro sistemas montañosos –la Cordillera Central, la Cordillera Septentrional, la Sierra de Neyba y la Sierra Bahoruco– alejados de la bulliciosa capital del país, Santo Domingo, en los que ni hay resorts ni mucho menos hay lujo. 

Allí, desde que llegaron los primeros cafetales procedentes de Martinica –dicen los dominicanos que fue en el año 1735–, el café ha sido el sustento de muchas familias y el principal motor de la economía dominicana antes de que el país se convirtiera en un soñado destino turístico.

Pero los tiempos han cambiado. “Polo nació con la siembra del café, pero las nuevas generaciones no están aquí. Los agricultores tuvieron que irse porque la caficultura no les daba tan siquiera para comer”, cuenta Danilsa Huevas, alcaldesa de este municipio situado en la provincia de Barahona, a los pies de la Sierra de Bahoruco, uno de los centros neurálgicos de las explotaciones de café dominicano. 

Los devastadores efectos de la Roya –el despiadado hongo enemigo del café que ataca Centroamérica–, la baja productividad de los cafetales por falta de tecnología o la concentración monopólica del negocio –el 72% de los productores no poseen título de propiedad de la tierra– son algunos de los motivos por los que si en 2001 más de 50.000 personas se dedicaban al café en Barahona, en 2019 solo quedan 20.000.

“Es normal que el agricultor se sienta tentado a abandonar las fincas para trabajar en el sector turismo, porque enfrentarse constantemente a estos problemas no es fácil –señala Huevas–; como tampoco es fácil vivir en los cafetales sin agua potable y sin electricidad”. Por todos estos motivos, la alcaldesa de Polo no se cansa de repetir lo mucho que agradece la llegada de inversores extranjeros a la provincia de Barahona que puedan ayudar a recuperar la caficultura de la zona. 

Uno de ellos es Costa Brava, grupo de distribución catalán que desde que decidió relanzar la marca Café Crem en España –en 2013– asegura haber invertido más de un millón de dólares en el país. César Ros, el maestro cafetero en el que delega la marca, nos enseña algunas de sus fincas: La Lanza, a 908 metros de altura, Los Lírios, a 1.085, y Yolanda, a 860. Cada terreno es diferente y, por consiguiente, el modo de trabajarlo es distinto para recolectar con éxito –entre los meses de octubre a marzo– el fruto que da la planta tan solo una vez al año.